Su madre, Biznaga, aún tiene miedo.
Hay que recordar que todos nuestros animales vienen de situaciones de maltrato o abandono extremas, por lo que, durante muchos años, siempre han esperado lo peor. Por tanto, cuando Biznaga tuvo a Zen, seguía viendo enemigos imaginarios por todas partes y al pobre Zen no lo dejaba tranquilo ni un momento.
Sin embargo, desde el primer día nos dimos cuenta de que él era diferente. No importaba lo que sucediera alrededor, nunca perdía la calma. Zen es curioso, tiene una gran autoestima, mucha seguridad en sí mismo y en nosotros.
Sabe que aquí nadie le va a hacer daño, así que mira a los humanos que entran en su paddock con cierta superioridad. Es como si dijera: “¿Tú quién eres?, ¿qué haces aquí? Ésta es mi casa…”.
Pero en cuanto te conoce, deja aparecer su faceta más juguetona y gamberra.